lunes, 16 de junio de 2008

Relincho en la sangre

Manuel Delgado

Ha sido una sorpresa muy grata encontrarse con el libro de Luis Enrique Mejía Godoy Relincho en la sangre. La verdad es que no sospechábamos esas dotes de narrador, no por culpa de él, sino por culpa nuestra. Porque siempre reparamos en su poesía, esa que él nos regaló con su música, sin percatarnos que también en ella había fuertes dosis de narrativa.

Decía García Márquez que Pedro Navaja era la obra que a él le hubiera gustado escribir. Dicen en Nicaragua que Pobre la María (bolero de Mejía Godoy muy famoso en la última década) es el cuento más corto de ese país. Es posible que también sea la historia que le hubiera gustado escribir a cualquier novelista, nada corta por cierto.

Allí hay no solo poesía, sino también narración, creación de un personaje, desarrollo de ese personaje, y una trama que avanza noche tras noche cada vez que María amanece un día más vieja. Toda una novela que espera ser escrita.

Y lo mismo podría decirse de muchos de los personajes de las canciones de Luis Enrique (de la Venancia, de Muñeca y otras).

Relincho en la sangre es una serie de estampas, cosidas por una familia y un país íntimamente ligados el uno al otro. La familia es la de los Mejía; el país, por supuesto, Nicaragua.

Los dos son más o menos lo mismo.

Dice: "Mi familia siempre fue un circo: músicos de filarmónica, vendedores ambulantes, curas, curanderos, poetas, compositores, magos, gitanos, ilusionistas, imitadores, cuenteros, bohemios y trovadores errantes". Si eso le agregáramos guerrilleros, tendríamos una Nicargua en chiquito.

Y la historia nace de esa fiebre, "relincho" lo llama Luis Enrique, que se viste de la sotana de su tío y su bisabuelo, es decir, que recoge todo el imaginario de pueblo cristiano, con sus santos y sus procesiones, y que pero que tiene además ese sabor telúrico nahualt y posiblemente africano (comentando su canción-calipso Congolí Changó, compuesta hace casi 30 años con base en un cuento de Abel Pacheco, hoy presidente de la República, decía el cantautor que él debe tener algo de negro por dentro).

Para muestra un botón. La dinastía de los Mejía viene del terrible pecado de los amores de un cura, músico y mujeriego, el bisabuelo de Luis Enrique, presbítero J. Ramón Pineda, quien le daba serenatas con el órgano de la iglesia a su bisabuela, Francisca Mejía, de 18 años, hasta que la dejó preñada.

A partir de ese pecado primigenio todo está teñido de ese polvo de oro que es la magia de una Nicaragua inagotable. Y la magia surge sin querer por todos lados.

Una aclaración necesaria. Generalmente se dice que este tipo de literatura que recoge en el folclore reciente y en la imaginería popular la realidad fantasmagórica de nuestros pueblos, está llena de realismo mágico.

Pienso que en la afirmación hay un error de concepto, que tiene su origen en esa hermandad de tradición cultural con García Márquez y demás autores y predecesores de esa corriente. García Márquez y Luis Enrique Mejía están unidos por esa cuna común que suele llamarse el Gran Caribe, y que comparte sentimientos y actitudes, cosmogonías y tradiciones muy cercanas. Un ejemplo: García Márquez relata el asalto del pirata Morgan a la costa del Caribe colombiano. Nicaragua podría hablarnos del saqueo pirata al Realejo y el robo de su mítico-histórico tesoro. Y Costa Rica, de la isla donde ese tesoro fue escondido.

El tesoro de Lima, escondido por los tripulantes de un bergantín inglés en la Isla del Coco en 1820, pesaba 1.300 kilos. Esa tonelada y tercio de oro puro, con un valor aproximado a la cuarta parte del presupuesto actual de la República, podría hacer aparecer la historia nacional como producto del realismo mágico. Y allí está la confusión.

Sin embargo, la obra fantástica de García Márquez es producto de la imaginación; la de Luis Enrique, copia de la realidad.

También es diferente del indigenismo de Miguel Angel Asturias, porque este hablaba de una población aislada, separada del resto, que precisamente por eso él trataba de rescatar. Luis Enrique, en cambio, habla de gente como nosotros, de sus tíos, hermanos, amigos.

Tampoco es la investigación de otras épocas o de parajes inalcanzables de Alejo Carpentier, pues Luis Enrique nos habla de nuestra época y de nuestra tierra.

Es la magia del Luis Enrique monaguillo, y de su tío el cura, ambos provenientes de un pueblo perdido en el norte de Nicaragua.

Un día el cura vuelve a su Somoto.

"Se bajó del Pontiac, se sacudió del gabán el pinolillo del polvo del camino y a pesar del cansancio empezó a silvar una tonadita inventada que era más un aire que una melodía y se sonrió del gusto de estar de nuevo en ese rincón del mundo que le traía entrañables recuerdos de su juventud, en los inicios de su vida sacerdotal. --Carajo --dijo con la ironía de siempre-- esto parece un asilo de ancianos"...

cuando, en realidad, la mayor solo tenía 30 años.

El cura hizo traer un baúl y todos pensaron que era para cumplir la promesa nunca cumplida por los otros curas de dotar a la iglesia de imágenes nuevas de la Sagrada Familia.

--Tengan cuidado, dijo el cura, que son muy delicados y me costaron un cachipil de plata...

"Pero cuando llegaron Colorado y los Ranita, los mejores albañiles de Somoto, mi tío ordenó abrir los tres bultos con mucho cuidado; todo el mundo se quedó con la boca abierta al ver que se trataba de unos extraños aparatos de porcelana, que según el mismo cura explicó orgulloso, dándose aire con un abanico de palma por los calores y la gran comilona del mediodía, iban a reemplazar al antiguo aguamanil que estaba en el corredor, al excusado de tres huecos del fondo del patio y al filtro de piedra lamoso, que tenía como cincuenta años de estar goteando encima de un tinajón de barro, en el pasillo que daba a la cocina. Los chunches aquellos resultaron ser un lavamanos y un inodoro blanco comprados en la Ferretería Lang y un filtro de cerámica, decorado con pájaros y flores exóticas, pintadas en azul antiguo (..) Por supuesto que igualmente se hizo la romería y todo el pueblo visitó nuestra casa, no para ver las imágenes de la Sagrada Familia, porque todos estaban claros que no habían venido en este viaje, sino para poder constatar que aquellos tres aparatos modernos y exóticos, ante los cuales algunos equivocadamente hasta se arrodillaron y se santiguaron, eran la última moda de la high-life capitalina... Unas semanas después de que partiera el Cura del pueblo, el Diputado Liberal, la Alcaldesa, el Jefe Político y el Comandante, encargaron un juego completo de los mismos chereques de porcelana a Managua; porque supieron que "las familias de Ocotal" ya estaban instalándolos en sus enormes casas solariegas, pero en ese pueblo, al igual que en Somoto, todavía no se habían logrado poner los tubos de agua potable y sólo había un montón de zanjas en las calles que nunca terminaron de cerrar... Pero los que decidieron comprar los chunches de porcelana, por lo menos se dieron el lujo de sentarse horas de horas en el inodoro que pusieron en la sala mientras los instalaban en su definitivo lugar, y hasta se tomaron fotos para enviársela a sus familias en los EEUU".


Esa misma magia ingenua es la que utiliza el autor para narrarnos el primer día que vio una mujer desnuda, Gloria, una prostituta del pueblo que los ayudó a desnudarse en medio de su estupor y que lo invitó a disfrutar de los placeres gratuitamente porque le traía recuerdos del tío de este, el llamado Hombre Orquesta de la familia Mejía.

Cuando entró

"...ella esperaba completamente desnuda, recostada sobre su costillar izquierdo en la tijera de cabulla, como la Maja Desnuda de Francisco Goya, solamente que Gloria no tenía almohadones de seda sobre su tijera."

El capítulo se llama La Gloria eres tú.

O la forma en que Franz Schubert, para sorpresa de muchos, se une a la historia de Nicaragua.

Fue en el año de 1956, cuando el poeta Rigoberto López Pérez decidió darle una serenata a su novia y pidió a su amigo Payo Amaya que lo compañarara con la Serenata de Schubert. Pero este no acudió a la cita. Entonces el poeta habría de tocarle a la Patria la mejor serenata de su historia, descargando los tiros de su pistola sobre el cuerpo odioso del tirano.

"Franz Schubert nunca lo sabrá, pero fue cómplice en la ejecución del tirano. Así lo manifestó el informe de la oficina de la seguridad nacional a Tachito II, después de apalear de Payo Amaya y preguntarle: ¿Quién es ese hijueputa alemán, un tal Francisco Chuber, que anduvo poniendo una serenata con ese comunista de López Pérez que ya debe estar en el mismo infierno y a quien vos le dabas clases de violín? Y Payo: No señor, Franz Schubert es un compositor austriaco de música clásica que murió hace más de cien años...! Y el torturador: Qué música clásica ni que mierda, no me contradigás, jodido. Ustedes creen que somos estúpidos..."


Luis Enrique vivió siempre en la música, de la música, para la música. Igual que sus padres, tíos, hermanos, sobrinos, los Mejía tienen fiebre de cantar.

A Costa Rica vino Luis Enrique a estudiar medicina y se quedó cantando como tres lustros, en un acto que lo hermana con Billo Frómeta, que también estudiaba medicina, se fue a Venezuela por un fin de semana y se quedó 35 años. Por casualidad se enroló con el grupo de música juvenil "Los Rufos" (no me imagino a Luis Enrique cantando rock, pero ni modo) y no le fue nada mal.

Poco después alternaban con los grandes, que hoy nos suenan a nostalgia (Paco Navarrete, Solón Sirias) o a serie de tarde en televisión (los Thunder Boys, los Spiders, los Pókers).

Es algo así como un acto magia.

Lo demás todos los recuerdan. Aquí estuvo en esa década trágica que se inicia con el triunfo de Allende y termina con el triunfo del Frente Sandisnista y que se enreda con golpes de estado, guerras, exilios y sobre todo, luchas.

Acerca de todo eso es poco lo que habla el libro, pero ya el cantautor prepara otro, que se va a llamar Por ser tan linda Costa Rica la llaman*. A esperarlo.

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